Red Mundial de Suicidiólogos.

Caso 1

Por: Miguel Ángel Ortega


Fue su madre, ella lo encontró colgado. Sin la fuerza o la razón para poder bajarlo, sólo se aferró al cuerpo y lloró.

Un chico como cualquiera, con los mismos problemas que un adolecente de clase baja puede tener. A su cuarto entró la vecina de al lado, la primera en escuchar los gritos desconsolados de la madre. Le fue imposible separarla del cuerpo que colgaba. Fue hasta que entró el portero que lograron abrirle los brazos y llevarla a otra habitación.

La policía llegó una hora después. Un reporte de suicidio no es más que papeleo para ellos, más trabajo y más reportes qué llenar.  Montar guardia hasta que lleguen los peritos para hacer oficial lo que es obvio, un adolecente más que se suicida. Mientras esperan, matan el tiempo hablando de cualquier cosa, revisan la habitación, buscando cosas de valor. En un barrio como éste es normal encontrar una ventana rota, una puerta que no funciona, un cuarto desordenado como el de cualquier adolecente, para ellos no significan que alguien entro en la noche sin ser visto o que hubo una pelea. Investigar una muerte y sus razones es algo que los policías dejan para las películas y personas importantes.

El profundo olor de la humedad en todo el edificio, los gritos de la madre, ninguna mujer atractiva entre la concurrencia. Los policías no quieren estar más de lo absolutamente necesario ahí. No hacen preguntas, no entrevistan a nadie, sólo esperan. Se preguntan por qué nunca les toca alguien famoso, para salir en la tele y poder hablar como los policías de las películas, pedirles a los reporteros que se aparten y los dejen hacer su trabajo.

Para los elementos de peritaje un suicidio tampoco es una prioridad, llegan dos horas después. Hacen su trabajo, bajan el cuerpo y lo declaran muerto por asfixia, nada que no hayan visto antes.

Finalmente llega una ambulancia por el cuerpo. Es necesario que más de dos personas sujeten a la madre que usa todas sus fuerzas para poder acercarse a su hijo.

Los policías se retiran, atienden sin prisa un reporte de asalto a una licorería. Llegar tarde siempre es garantía de que los ladrones ya habrán ido.


Miguel Ángel Ortega

Le gusta el pan dulce más que la cerveza. La cerveza más que ver sangre derramada. No todos sus cuentos terminan con un muerto, esté por ejemplo tiene el muerto desde el principio.